Unos productos más sanos que los convencionales y con diferencias en sus
propiedades nutritivas y organolépticas, según evidencias científicas que
señalan los expertos.
Dolores Raigón, ingeniera agrónoma y catedrática de
Escuela Universitaria de la Universidad Politécnica de España, explica que las
diferencias nutricionales dependen del tipo de alimento.
“
En las carnes, por ejemplo, radican en el contenido de proteínas o en el
perfil de grasas”, ya que las procedentes de ganadería ecológica presentan más
ácidos grasos insaturados, que son más saludables que los saturados de las
carnes convencionales, señala la también presidenta de la Sociedad Española de
Agricultura Ecológica.
En los vegetales, la diferencia está marcada por el contenido en vitaminas,
minerales, sustancias antioxidantes... “
En hortalizas ecológicas de hoja
(lechugas, acelgas, espinacas) hemos encontrado mayor presencia de magnesio,
calcio o potasio. O en pimientos o frutos cítricos, por ejemplo, hay más
vitamina C y sustancias antioxidantes”.
Los productos de agricultura ecológica también tienen un sabor más intenso,
como los de las huertas de nuestros abuelos.
“Las diferencias de sabor vienen
marcadas, entre otros aspectos, por la presencia de determinadas sustancias que
se sintetizan en el alimento ecológico y que son de mayor concentración por las
técnicas empleadas. Por ejemplo, existe un respeto a los momentos de
recolección, se espera al momento de mayor equilibrio entre ácidos y azúcares y
eso significa un respeto por el ciclo productivo”, señala la especialista.
Los sistemas de producción convencional abusan de fertilizantes químicos de
síntesis, sobre todo de nitratos, que hacen que la planta alcance un alto
contenido en agua, por lo que las sustancias que dan sabor “estarán más
diluidas”, apunta Dolores Raigón.
Los productos ecológicos presentan alta calidad nutricional y organoléptica,
algo que les hace más beneficiosos para la salud. Además, en ellos se
prohíbe
determinados productos químicos, aboga por una fertilización orgánica mejor que
por la mineral y por prácticas que prevean las plagas y eviten los
consiguientes tratamientos.
Pero entonces...
¿Qué ocurre con los productos convencionales cuyas técnicas de
producción clásicas no se rige por normativa que persigue preservar el medio
ambiente?
Esos alimentos están más expuestos a diferentes agentes contaminantes que
originan
“unos componentes denominados disruptores metabólicos o endocrinos,
unas moléculas que el organismo no cataboliza de forma adecuada y que se
convierte en un elemento extraño que puede afectar al funcionamiento de las
células”, explica Jesús Rodríguez Huertas, catedrático de Fisiología y director
del Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos de la Universidad de
Granada.
Pesticidas, contaminación, hormonas de crecimiento... Cualquiera de estos
disruptores entran en nuestro organismo en mínimas concentraciones a través de
los alimentos, del aire o del agua y, al no poder ser eliminados al carecer de
vías catabólicas específicas para ello, sufren un proceso de biotransformación
en el hígado que
puede ocasionar a largo plazo enfermedades como el cáncer o aquellas
que deprimen el sistema inmunitario.
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Un tomate cultivado en zonas contaminadas puede presentar mayor concentración
de añadidos de metales pesados, de productos de combustión, de humos,
dioxinas...”, señala el fisiólogo quien asegura que en el laboratorio se
detectan las diferencias entre los alimentos ecológicos y los convencionales,
aunque en realidad un alimento puro y libre totalmente de contaminantes no
existe y la tendencia es intentar minimizarlos.
“Para que un productor ecológico pueda diferenciarse en el mercado tiene que
pagar para que le certifiquen su producto. Le cuesta ser ecológico tanto por
las prácticas, como por los productos que pueden utilizar frente a otros que
son más baratos. En cambio el productor convencional no tiene que pagar por esa
distinción”, señala Celsa Peiteado, coordinadora de política agraria de España.